lunes, 31 de marzo de 2008

Regreso I

Era como una nube, una gran nube negra que cubría por completo la plaza y aun más, se extendía por algunos callejones por los que más y más insectos volaban como si fuesen llamados a un gran festín. La nube era alta, tan alta como el edificio más grande del pueblo, lo que sería tres pisos, y negra, oscura, tan oscura que nublaba todo rayo de sol que intentase pasar a través de semejante enjambre de insectos, no me pude acercar mucho y, tampoco quería hacerlo, no sabía que hacer, si salir corriendo o quedarme para ver tremendo espectáculo, pero el pánico fue más fuerte, me aterroricé al imaginar que la nube podía adquirir un tamaño aun mayor, cubrir todo el pueblo y dejarlo completamente sumido en la oscuridad, así que corrí, corrí sin pensar donde mis trancos me llevaban, a la derecha y luego a la izquierda y a la derecha y a la izquierda una vez más hasta que llegué al palacio.

Para mi tranquilidad estaba justo en la puerta, la tomé de la mano y sin decirle palabra alguna la halé y salimos juntos corriendo. Ella parecía no entender nada, no sabía lo que pasaba, pero tampoco oponía resistencia.

Esta vez sería definitivo y dejaríamos el pueblo. Corrimos hasta donde había dejado el coche y nos detuvimos un momento, entonces ella mientras recobraba el aliento me preguntaba el porqué de tal carrera.

Le expliqué que había un enjambre gigantesco de insectos en la plaza, en su mayoría moscas y abejas que parecían pelear, que yo creía que era mejor huir del pueblo lo antes posible y hacer una vida nueva fuera de él.

Ella seguía insistiendo que no podíamos abandonar el pueblo, que nadie podía hacerlo, por mucho que lo intentáramos no lograríamos salir de ahí.

En ese momento tenía que decirlo, lo supe, más que tener, era una necesidad, mi cuerpo por voluntad propia necesitaba expulsarlo, “Te amo” le dije, y por primera vez esas palabras brotaban de mi boca, no, no de mi boca, brotaban de mi corazón, de lo profundo de mi corazón, tan profundo que a medida que cada sonido se articulaba en mis cuerdas vocales, mi cuerpo se estremecía, por cada letra pronunciada, un escalofrío y en cada palabra todos y cada uno de los poros de mi cuerpo se contraían y se me ponía la piel de gallina.

Ella bajó un poco la mirada, pensando, dudando, a los pocos segundos que para mi eran un año cada uno, me miro con los ojos brillando y me dijo que no lo sabía, no sabía si me amaba, pero que reconocía que la vida le había cambiado a mi lado, que tanto cariño como dicha la acompañaban cuando estaba conmigo, pero no sabía si era amor lo que por mi sentía.

Le pedí entonces que confiase en mí, que huyéramos del pueblo, que todo estaría bien si estábamos juntos, que podríamos hacerlo juntos. Ella confió en mi y subimos al vehículo, pisé el acelerador a fondo y fuimos directo a la salida a la carretera.


Extrañamente la radio no se encendió al arrancar el coche como normalmente lo hace, pero no pensamos tampoco en encenderla, el ambiente era tenso al interior del móvil ella miraba hacia abajo mientras yo tenía mi vista fija en el camino que nos llevaría a la carretera y desde ahí a cualquier parte lejos del pueblo, lejos de MAD TOWN.