lunes, 22 de octubre de 2007

Intermedio I

Ya me estoy acostumbrando a mi nuevo trabajo en la fábrica, aunque mis manos aun terminan hinchadas y llenas de magulladuras, raspones y cortes producto del intenso trabajo manual que tengo que hacer en mis labores de obrero, el cansancio físico paulatinamente se reduce a nada, ya no me duelen las piernas como en los primeros días y ya me he acostumbrado a las levantadas temprano y a dormir no más de ocho horas pues de lo contrario no tendría tiempo para nada, aunque no haga muchas cosas en mi casa, ahora he aprendido a valorar más el tiempo libre.
También me estoy haciendo costumbre de tomar una cerveza en este bar después del trabajo, al principio pensé que dañaría a mucha gente producto de la maldición, pero, me he dado cuenta con el tiempo que no afecto a la gente si yo no les presto atención, creo. Claro que me costó darme cuenta de eso, recuerdo el primer día que llegué al bar, a los pocos minutos de pedir una cerveza, el mesero se cortó la mano al romperse un vaso que se disponía a depositar sobre la barra y, el tipo a quien iba dirigido el pedido quedó completamente bañado con el licor contenido en el recipiente, a los dos días, un brazo en cabestrillo y a la semana, una botella de vino muy fino cayó sobre su cabeza desde la repisa más alta dejándolo mareado por algunos minutos. Con el tiempo el mesero ya sabía mi pedido de antemano y yo solo me siento en este mismo rincón de la barra, el más alejado y, elevo mi mano sin pensar en nada, intentando hacer algún movimiento de soltura muscular como cuando tienes el hombro adolorido por el exceso de trabajo, con eso logré por ahora, no dañar al mesero. Pero, a veces, no puedo evitar fijar mi vista en algunos de los clientes quienes, sin estar en conocimiento de mi maldición o talvez sabiéndolo, comienzan a murmurar en voz baja y dirigen miradas furtivas hacia mi. Esas son algunas de las cosas por las cuales dejaría de venir al bar. Es una pena que esa gente a la salida del bar se tropiecen o terminen enredados en alguna pelea y queden lesionados sin saber que es a causa de mi maldición.

En casa, las cosas siguen normales, dentro de lo que se puede llamar normal a una casa habitada por un hombre maldito, dos entes que se comportan como niños, un perro que ve fantasmas y una luciérnaga que vive encerrada en una botella de cristal, dentro de ese marco, la vida transcurre normal. Ya no le doy tanta importancia a las rabietas de Bianca ni a mi ornamentación estrellándose contra el suelo por alguna travesura de Mauro, lo que si me tiene un tanto preocupado, es que Dexter, mi perro, no come, pero a pesar de eso, no adelgaza ni pierde el vigor habitual de sus acciones. Lo he notado muy entretenido tratando de atrapar los insectos que en este último tiempo han llegado en grandes cantidades a la casa, debe ser por el clima. Creo que compraré algún insecticida o uno de esos mata moscas eléctricos.

Bueno, estuvo buena la cerveza, ahora me iré a casa.

…Quién es ella?